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Tarso

Ciudad en la llanura de Cilicia, regada por el Cidno, unos 16 kilometros tierra adentro, como era la práctica con la mayoría de las ciudades sobre la costa del Asia Menor. A juzgar por la extensión de sus ruinas, Tarso debe haber alojado una población no inferior al medio millón en época romana. El Cidno inferior era navegable, y se había construido un puerto con gran habilidad. Una ruta principal se dirigía hacia el Norte, hacia las Puertas cilicianas, el famoso paso que atravesaba la cadena del Taurus a unos 50 kilometros de distancia. Nada se sabe acerca de la fundación de Tarso. Probablemente fuese una ciudad ciliciana nativa, penetrada en fecha muy temprana por colonizadores griegos. El nombre de Mopsus se asocia tradicionalmente con los asentamientos griegos en Cilicia, y puede indicar, asentamientos jónicos tempranos. Gn. 10.4, "los hijos de Javán: Elisa, Tarsis …" podría apoyar esta teoría. La identificación que hace Josefo de Tarsis y Tarso en este pasaje no excluye una interpretación diferente en otros contextos. La antigüedad de Gn. 10 constituye una objeción más grave, pero las palabras podrían constituir pruebas de irrupción jónica en fecha muy remota.

Tarso aparece esporádicamente en la historia. Se la menciona en el obelisco negro de Salmanasar como una de las ciudades invadidas por los asirios a mediados del siglo IX a.C. Siguieron luego gobiernos medos y persas, con esa organización típicamente floja que permitía el gobierno por un rey vasallo ciliciano. Jenofonte, al pasar en el 401 a.C., encontró que Tarso era la sede real de un tal Siennesis, que gobernaba en esas condiciones. Este reyezuelo puede haber sido depuesto por su asociación con la rebelión de Ciro que llevó a Jenofonte y los diez mil a Cilicia, por cuanto Alejandro, en 334 a.C., encontró la zona en manos de un sátrapa persa. Las monedas de la época sugieren una mezcla de influencias griega y oriental, y no ofrecen ninguna indicación de autonomía. Ramsay afirma que se vislumbra una declinación de la influencia griega bajo el gobierno persa.

Los reyes seléucidas, que gobernaron después de Alejandro, tampoco promovieron la influencia de los griegos en Tarso. Su política general, aquí como en otras partes, era la de desalentar la tendencia griega a otorgar autonomía a las ciudades, con el liberalismo consiguiente. Es posible que la sorpresa de la derrota romana de Antíoco el Grande y la paz de 189 a.C., invirtiese el proceso. El arreglo limitó el dominio sirio al Taurus, y Cilicia se convirtió en región fronteriza. Este hecho parece haber incitado a Siria a la reorganización, y la concesión de alguna medida de autonomía a Tarso. La Tarso de Pablo, con su síntesis entre el Este y el Oeste, entre lo griego y lo oriental, data de dicha época.

Un relato revela el rápido aumento de independencia, y la reorganización de la ciudad que una protesta de Tarso le arrancó a Antíoco Epífanes en el 171 a.C. La formación de una "tribu" de ciudadanos judíos a la manera alejandrina puede datar de esta época. (El antisemitismo de Antíoco estaba en contra de la recalcitrancia metropolitana.) La historia de Tarso en el resto del siglo II a.C. es oscura. El siglo I a.C. se conoce mejor. La penetración romana en Cilicia comenzó en 104 a.C., pero la influencia romana, como también la griega, fueron aplastadas en Asia por la reacción oriental bajo Mitrídates (83 a.C.). El asentamiento de Pompeyo en 65–64 a.C. reconstituyó Cilicia como una "esfera del deber", que es el significado básico de "provincia", antes que una entidad geográfica, y los gobernantes, Cicerón entre ellos (51 a.C.), estaban encargados de desplazarse para pacificar las costas el interior, infestados de piratas, y de proteger los intereses romanos.

A pesar de los experimentos romanos con el territorio en general, Tarso floreció, representó un papel en las guerras civiles, fue visitada por Antonio, y favorecida por Augusto como ciudad natal de Atenodoro, su maestro en Apolonia y amigo inseparable. La ciudadanía romana de algunos judíos de Tarso probablemente data del asentamiento de Pompeyo.