»
Inicio » Lugares Bíblicos


Jerusalén

I. Introducción y descripción general

Jerusalén es una de las ciudades famosas del mundo. Bajo ese nombre data de, por lo menos, el 3º milenio a.C., y actualmente la consideran sagrada los adherentes de las tres grandes confesiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo, y el islam. La ciudad se encuentra en un lugar elevado en las montañas de Judea, a unos 50 kilometros del Mediterráneo, y más de 30 kilometros al Oeste del extremo septentrional del mar Muerto. Está ubicada en una meseta de superficie bastante irregular, que desciende visiblemente hacia el Sureste. Hacia el Este se encuentra el monte de los Olivos. Excepto en el Norte, el acceso a la ciudad se ve dificultado por tres profundas hondonadas que se juntan en el valle de Siloé, cerca del pozo de Bir Eyyub, al Sureste de la ciudad. El valle oriental es Cedrón; el occidental se conoce ahora como uadi al-Rababi, y probablemente sea el valle de Hinom; y el tercero corta la ciudad en dos partes antes de dirigirse hacia el Sur, y ligeramente hacia el Este, para encontrarse con los otros dos. Esta última hondonada no se menciona o nombra en las Escrituras (aunque el Mactes de Sof. 1.11 bien puede haber sido el nombre de parte de ella), de modo que generalmente se la denonina valle del Tiropeón, es decir, valle de los queseros, según Josefo.

A cada lado del valle del Tiropeón se levantan eminencias, y la ciudad fácilmente puede dividirse en dos mitades, la oriental y la occidental. Si ignoramos alturas menos pronunciadas, podemos subdividir estas dos secciones en cerros septentrionales y meridionales. Cuando consideremos el crecimiento y el desarollo de la ciudad (véase IV) será importante tener presente estos detalles. Al considerar las respectivas alturas y profundidades de estos montes y valles debemos tener en cuenta que han cambiado considerablemente a través de los siglos. Esto es inevitable en toda ciudad continuamente habitada durante siglos, y particularmente cuando se han producido destrucciones periódicas. Capa tras capa de escombros y cascotes se apilan, las que en partes de Jerusalén llegan a más de 30 metros. En el caso de Jerusalén también está el hecho de que en distintos períodos se ha tratado deliberadamente de rellenar los valles (especialmente el Tiropeón) y de reducir la altura de los cerros.

La provisión de agua para Jerusalén siempre ha presentado problemas. Aparte de Bir Eyyub, el pozo que ya hemos mencionado, sólo está el manantial de la Virgen, conectado mediante un acueducto con el estanque de Siloé. Hay, y siempre ha habido, otros embalses de agua, por supuesto, como Betesda en la época del NT, y el estanque Mamila en el día de hoy, pero todos dependen de las lluvias o de acueductos para tener agua. Bir Eyyub y el manantial de la Virgen con toda probabilidad son el En-rogel y el Gihón bíblicos, respectivamente. Bir Eyyub se encuentra al Sureste de la ciudad, en la unión de las tres gargantas mencionadas anteriormente. El manantial de la Virgen se encuentra directamente al Norte de Bir Eyyub, al Este y un poco al Sue del área del templo. De este modo resulta evidente que solamente la parte suroriental de Jerusalén tiene una provisión segura de agua.


II. Nombre

El significado del nombre es incierto. La palabra hebrea generalmente se escribe yƒruÆsûaµlaim en el AT, pero esta es una forma anómala, ya que el hebreo no puede tener dos vocales consecutivas. Esta anomalía quedó resuelta en el hebreo posterior por la inserción de la letra "y", quedando así yƒruÆsûaµlayim; esta forma efectivamente aparece algunas veces en el AT, por ejemplo Jer. 26.18. Esto puede haberse interpretado como un dual (porque la terminación -ayim es dual), y, en consecuencia, haberse considerado a la ciudad en forma doble en algún aspecto. (Similarmente, el nombre hebre pan "Egipto", mis\rayim, parece ser dual.) Pero no cabe duda de que la forma original de la palabra en hebreo era yƒrusûaµleµm; esto queda evidenciado por la abreviatura sûaµleµm (en castellano "Salem") en Sal. 76.2, y por la forma aramea del nombre yƒruÆsûleµm que encontramos en Esd. 5.14.

Este nombre es preisraelita, y aparece en los textos de execración egipcio (siglo XIX-XVIII; la forma parecería ser Rusalimum) y en documentos posteriores (como Urusalim o Urisalimmu). También figura el nombre en el archivo de Ebla, 2500 a.C. Generalmente se piensa que la primera parte del nombre signfica "fundación"; el segundo elemento, que esta relacionado con el término hebreo para "paz", probablemente se refería a la deidad cananea Salem originalmente. Por lo tanto "fundación de Salem" es probablemente el sentido original del nombre; con el transcurso del tiempo, sin embargo, se habrá comenzado a asociar el segundo elemento con "paz" (hebreo sûaµloÆm) en la mente de los judíos; He. 7.2.

En el griego neotestamentario el nombre se translitera de dos maneras diferentes: Hierosolyma (como en Mt. 2.1) y Hierousaleµm (como en Mt. 23.37). Esta última forma es evidentemente una buena aproximación a la pronunciación hebrea, y además una prueba adicional de la existencia de una "e" como vocal final originalmente en hebreo. La primera de estas formas ha sido deliberadamente helenizada, a fin de que suene como palabra griega; la primera parte de la voz nos recuerda inmediatamente el término griego hieros, ‘santo’, y probablemente se le dio a toda la palabra el significado de "santo Salem". La LXX sólo tiene la forma Hierousaleµm, mientras que los escritores griegos clásicos utilizan Hierosolyma (por ejemplo Polibio; así también en latín, por ejemplo Plinio).

Jerusalén se describe en Is. 52.1 como la ciudad santa, y hasta nuestros días sigue recibiendo este título. La frase hebrea es >éÆr haq-qoµd_esû, literalmente "la ciudad de la santidad". Probablemente la razón de este título es que Jerusalén tenía templo, el santuario en el que Dios se dignaba encontrarse con su pueblo. Por ello el término qoµd_esû adquirió también el significado de "santuario" a la vez que "santidad". Para el judaísmo, entonces, Jerusalén era la ciudad santa, sin rival alguno. Resultaba natural, por lo tanto, que Pablo y Juan, al comprender que la ciudad terrenal distaba de ser perfecta, designaran el lugar en el que Dios mora en verdadera santidad como "la Jerusalén de arriba" (Gá. 4.26), y la "nueva Jerusalén" (Ap. 21.2).


III. Historia

Se han encontrado rastros de un asentamiento prehistórico en Jerusalén, pero no se ha podido determinar su historia primitiva. Después de una leve mención en los textos execratorios egipcios, a principios del 2º milenio, vuelve a aparecer en el siglo XIV en las cartas de el-Amarna, en las que se indica que era gobernada por un rey de nombre Abd Jiba. En esa época se encontraba bajo el dominio de Egipto, y probablemente no era más que una fortaleza de montaña. Posibles referencias pentateucas a ella sean como Salem (Gn. 14.18) y la montaña en la "tierra de Moríah" en Gn. 22.2. Según una tradición muy antigua, este último lugar es donde posteriormente se construyó el templo, pero no hay forma de comprobar esto. En lo que respecta a Salem, es casi seguro que se trata de Jerusalén (Sal. 76.2); de ser así, fue gobernada en los días de Abraham por un rey anterior, Melquisedec, que también era "sacerdote del Dios altísimo" (elyoÆn).

Cuando los israelitas entraron en Canaán Jerusalén se encontraba en manos de una tribu semita del lugar, los jebuseos, cuyo rey era Adonisedec. Este gobernante formó una alianza de reyes contra Josué, pero fueron completamente derrotados; empero Josué no tomó la ciudad, sin duda debido a las ventajas que ofrecía su posición natural. Quedó en manos de los jebuseos con el nombre de Jebús. Si comparamos Jue. 1.8 con Jue. 1.21 parecería que Judá tomó la parte de la ciudad por fuera de los muros de la fortaleza, y que Benjamín ocupó esta parte y vivió pacíficamente junto a los jebuseos en la fortaleza.

Esta era la situación cuando David fue coronado rey. Su primera capital fue Hebrón, pero pronto comprendió el valor de Jerusalén y se dispuso a capturarla. No se trataba solamente de una medida táctica, sino también diplomática, porque el uso de una ciudad en la frontera entre Judá y Benjamín tendría la virtud de reducir los celos entre ambas tribus. Los jebuseos se sentían seguros detrás de los muros de la ciudad, pero los hombres de David entraron de manera inesperada y tomaron la ciudadela por sorpresa (2 S. 5.6 y sigueintes). En este pasaje encontramos un tercer nombre, "Sión". Probablemente era el nombre del cerro sobre el que se encontraba la ciudadela; sin embargo, se piensa que originalmente este nombre se aplicaba más bien al edificio de la fortaleza que al lugar que ocupaba.

Una vez tomada la ciudad, David mejoró las fortificaciones y construyó un palacio para sí; también instaló el arca en su nueva capital. Salomón siguió fortificando la ciudad, pero su mayor logro fue la construcción del templo. Después de su muerte, y de la consiguiente división de su reino, Jerusalén experimentó cierta declinación, como era de esperar, ya que en adelante sería la capital de Judá únicamente. Ya en el quinto año de su sucesor, Roboam, el templo y el palacio real fueron saqueados por tropas egipcias (1 R. 14.25 y siguientes). También los merodeadores filisteos y árabes saquearon el palacio en el reinado de Joram. Siendo rey Amasías, parte de los muros de la ciudad fueron destruidos a causa de un pleito con el rey del Norte, Joás, y nuevamente hubo pillaje en el templo y en el palacio. Uzías reparó el daño ocasionado a las fortificaciones, de modo que en el reinado de Acaz la ciudad pudo soportar los ataques de los ejércitos combinados de Siria e Israel. Poco tiempo después el reino del Norte sucumbió ante los asirios. Ezequías de Judá también tenía buenas razones para temer el poder asirio, pero Jerusalén escapó providencialmente. Para casos de sitio construyó un conducto para mejorar la provisión de agua potable a la ciudad.

Nabucodonosor de Babilonia capturó la ciudad en 597, y en 587 a.C. destruyó la ciudad y el templo. Al final de ese siglo los judíos, entonces bajo el dominio de los persas, fueron autorizados a retornar a su tierra y su ciudad, y reconstruyeron el templo, pero los muros de la ciudad permanecieron en ruinas hasta que Nehemías los restauró a mediados del siglo V a.C. Alejandro Magno liquidó el poder del imperio persa a fines del siglo IV, y después de su muerte su general Tolomeo, fundador de la dinastía tolemaica en Egipto, entró en Jerusalén y agregó la ciudad a su reino. En 198 a.C. Palestina cayó bajo el poder de Antíoco II, el rey seléucida de Siria. Alrededor de 30 años más tarde, Antíoco IV entró en Jerusalén, destruyó sus muros, y saqueó y profanó el templo, e instaló una guarnición siria en la ciudad, en el Acra. Judas Macabeo encabezó una revuelta judía, y en 165 a.C. se volvió a consagrar el templo. Él y sus sucesores gradualmente fueron ganando independencia para Judea, y la dinastía asmonea gobernó sobre una Jerusalén liberada hasta mediados del siglo I a.C., época en que Roma intervino. Los generales romanos forzaron la entrada de la ciudad en 63 y 54; un ejército la saqueó en el año 40; y tres años más tarde Herodes el Grande tuvo que entrar por la fuerza para volver a controlarla. Primero tuvo que reparar el daño causado por estas diversas incursiones, luego se embarcó en un vasto programa de construcciones, y erigió algunas torres notables. La más renombrada de sus obras fue la reconstrucción del templo, en escala mucho más grandiosa, aunque la tarea no se completó durante la vida de dicho monarca. Una de sus torres fue la Antonia, que dominaba el área del templo (y que posteriormente fue sede de la guarnición romana que acudió en ayuda de Pablo en Hch. 21.34).

La revuelta judía contra los romanos en 66 d.C. sólo podía tener una conclusión; en el 70 d.C. el general romano Tito entró por la fuerza en Jerusalén y destruyó sus fortificaciones y el templo. Dejó tres torres en pie; una de ellas, Fasael, todavía se mantiene, y fue incorporada a la llamada "torre de David". Pero mayores desastres tenían que caer sobre los judíos: otra revuelta en 132 d.C. dio como resultado la reconstrucción de Jerusalén (en escala mucho menor) como ciudad pagana, dedicada a Júpiter Capitolino, de la que fueron excluidos todos los judíos. Esto fue obra del emperador Adriano, quien llamó a la ciudad recién reconstruida Aelia Capitolina (nombre que fue incorporado al árabe, incluso, como Iliya). Sólo en el reinado de Constantino (a principios del siglo IV) se permitió a los judíos entrar nuevamente en la ciudad. Desde entonces la ciudad dejó de ser pagana y se volvió cristiana, y se construyeron muchas iglesias y monasterios, entre ellas la iglesia del Santo Sepulcro.

Jerusalén sufrió muchas vicisitudes después del siglo II; ha sido capturada, ocupada y administrada, en diversas épocas, por tropas persas, árabes, turcas, británicas, e israelíes, como también por los cruzados. Los adelantos edilicios más importantes en la ciudad vieja (en oposición a los suburbios modernos de rápido crecimiento) se deben a los musulmanes primitivos, los cruzados, y finalmente al sultán turco Suleimán el Magnífico, que en 1542 reconstruyó los muros de la ciudad en la forma en que podemos verlos actualmente. Los israelíes dieron a la ciudad su antiguo nombre hebreo yƒruÆsûaµlayim; generalmente los árabes la llaman al-Quds (al-SharéÆf), ‘el (noble) santuario’.


IV. Crecimiento y extensión

Debemos aclarar desde el comienzo que la historia física de Jerusalén es bastante incierta. Esto, por supuesto, se debe en parte a los desastres y destrucciones periódicos, y a las capas de escombros que se han apilado a través de los siglos. Estos factores han causado dificultades en otras partes también, pero a menudo los arqueólogos han podido solucionarlas en gran medida. La dificultad particular con Jerusalén es que ha sido continuamente habitada y todavía lo está, de modo que es difícil llevar a cabo excavaciones. Los arqueólogos tienen que cavar donde pueden, y no donde piensan que valdría la pena hacerlo. Por otra parte, hay una abundancia de tradiciones: cristianas, judías, y musulmanas; pero en muchos casos no resulta fácil evaluarlas. De modo que subsisten las dudas y la controversia; sin embargo, en el último siglo se han hecho muchos trabajos arqueológicos valiosos, lo que ha permitido resolver algunos problemas.

En ninguna parte de la Escritura encontramos una descripción sistemática de la ciudad. Lo más cercano es la narración de la reconstrucción de los muros por Nehemías. Pero hay un gran número de referencias que ofrecen alguna información. Es necesario unirlas y colocarlas dentro del cuadro que nos proporciona la arqueología. Nuestra primera descripción de la ciudad es la de Josefo; Josefo ofrece el fondo para su narración de la captura gradual de la ciudad por Tito y los ejércitos romanos. También es necesario ubicar esto en el cuadro general.

Las excavaciones han demostrado concluyentemente que la ciudad más primitiva se encontraba en el cerro al Sureste, zona que ahora está completamente fuera de los muros de la ciudad (el muro meridional fue llevado algo hacia el Norte en el siglo II d.C.). Debemos tener en cuenta que la Sión original se hallaba sobre la colina oriental; en la época de Josefo ya se había dado erróneamente el nombre al cerro del Suroeste.

Poco queda del período anterior a los jebuseos, pero podemos inferir que una pequeña ciudad creció en la colina Suroeste, cerca del manantial de Gihón en el valle hacia el Este. Los jebuseos agrandaron la ciudad hasta cierto límite, principalmente con la construcción de terrazas hacia el Este, de modo que su muro oriental quedaba bastante abajo de la ladera, hacia el manantial. Parecería que esta terraza y el muro oriental necesitaron mantenimiento y reparaciones frecuentes, hasta su destrucción final por los babilonios a principios del siglo. VI a.C., después de lo cual el muro oriental fue nuevamente movido hacia la colina. La opinión actual se inclina a considerar que el término "Millo" (por ejemplo 2 S. 5.9; 1 R. 9.15), que se deriva de una raíz hebrea que significa "llenar", se refiere a esta terraza.

En tiempos de paz era práctica común construir las casas fuera de los muros, lo que cada tanto requería la construcción de nuevos muros y fortificaciones. La ciudad de David y Salomón se extendía hacia el Norte, en particular, y el templo se encontraba sobre el cerro Noreste; el palacio real probablemente estaba ubicado en la zona entre la ciudad más antigua y el área del templo.

La zona intermediaria es probablemente "el Ofel" de pasajes tales romo 2 Cr. 27.3, (el nombre significa "hinchazón", y fue aplicado a la ciudadela de otras ciudades también, por ejemplo Samaria, 2 R. 5.24); pero algunos eruditos aplican el término a toda la colina oriental que se encuentra al Sur del templo. La ciudad jebusea, o quizás más estrictamente su fortaleza central, ya tenía el nombre de "Sión" (cuyo significado es incierto, quizás "área seca" o "eminencia") en la época de su captura por David, después de lo cual se llamó "ciudad de David" (2 S. 5.6–10; 1 R. 8.1). El nombre "Sión" se volvió, o siguió siendo, sinónimo de Jerusalén en general.

En los prósperos días del siglo VIII a.C. la ciudad comenzó a extenderse hacia la colina occidental; parecería que este nuevo suburbio se conoció como segundo barrio o Misné (2 R. 22.14). Posteriormente un muro lo circundó, construido ya sea durante el reinado de Ezequías (2 Cr. 32.5) o algo más tarde. Lo que es seguro es que esta ampliación incluía el cerro Noroeste, pero no se ha podido determinar si el cerro Suroeste estaba ocupado en esa época. Los arqueólogos israelíes han llegado a la conclusión de que sí lo estaba, y de que el estanque de Siloé se hallaba dentro de los muros de la ciudad en el reinado de Ezequías; aunque se sostiene lo contrario.

Jerusalén fue saqueada por las tropas de Nabucodonosor en 587 a.C.; la mayoría de los edificios fueron destruidos, y se demolieron los muros de la ciudad. El templo fue reedificado a fines del siglo, y Jerusalén nuevamente tuvo una pequeña población; pero no fue hasta mediados del siglo V que las autoridades persas permitieron la reconstrucción de los muros de la ciudad por parte de Nehemías.

Es indudable que Nehemías reconstruyó los muros anteriores hasta el punto que le fue posible, pero de las excavaciones se desprende claramente que la colina occidental quedó abandonada, como así también las laderas orientales del cerro Sureste. Las terrazas jebuseas fueron tan completamente demolidas que no fue posible repararlas, y fue por ello que Nehemías llevó el muro oriental hasta la colina.

Lamentablemente la descripción que hace Nehemías de la Jerusalén de sus días plantea numerosos problemas. Por un lado, no resulta claro cuáles puertas se encontraban en los muros de la ciudad, y cuáles estaban en el templo. Por otra parte, hay numerosas dificultades textuales en los pasajes pertinentes de Nehemías. Además, no ofrece ninguna indicación en cuanto a dirección o en cuanto a cambios de dirección. A esto tenemos que añadir el hecho de que los nombres de las puertas cambiaban con cierta frecuencia. Debido a las recientes excavaciones es necesario revisar los intentos anteriores de interpretar los datos de Nehemías. Resulta bastante claro, sin embargo, que el circuito que se describe en Neh. 3 sigue una dirección contraria a las agujas del reloj, y que comienza al Norte de la ciudad.

Hay pocos indicios de que la ciudad llegara hasta la colina occidental nuevamente hasta el siglo II a.C. Después de la revuelta de los Macabeos la ciudad comenzó a crecer nuevamente. A Herodes el Grande se le debe un considerable programa de construcciones a fines del siglo I a.C., y la ciudad siguió creciendo hasta su destrucción al final de la rebelión judía (66–70 d.C.). Nuestra principal fuente literaria para todo este período es Josefo; pero su información deja sin resolver una cantidad de problemas.

El primero de ellos es la posición del "Acra", la fortaleza siria levantada en Jerusalén en 169 a.C. Evidentemente su propósito fue mantener los atrios del templo bajo estrecha vigilancia, pero ni Josefo ni 1 Mac. aclaran si la guarnición estaba ubicada al Norte, al Oeste, o al Sur del templo. Las opiniones están divididas, pero las más recientes excavaciones tienden a apoyar la tercera posibilidad.

Un segundo problema es la dirección de la "segunda muralla" y la "tercera muralla" mencionadas por Josefo, que nos dice que los romanos penetraron en Jerusalén en 70 d.C. atravesando progresivamente tres muros septentrionales. Josefo describe los puntos terminales de los tres muros, pero no ofrece información con respecto a la línea que seguían. Las excavaciones han complementado su información aquí y allí, pero aun así queda mucha incertidumbre.

identifican los restos de una antigua muralla en la actual puerta de Damasco como parte del tercer muro, pero según los arqueólogos israelíes es parte del segundo muro; los descubrimientos mas al Norte han sido relacionados con el tercer muro por estos últimos, pero afirman que se trata de una muralla de circunvalación (erigida por Tito durante el sitio de Jerusalén). La tercera muralla se comenzó bajo Agripa I (41–44 d.C.), y estaba recién terminada cuando empezó la guerra judía del 66 d.C., de modo que poco servirían los métodos estratigráficos para distinguir el muro de Agripa del de Tito.

Un punto de especial interés relacionado con la segunda muralla, que debe haber sido construida en el siglo II o I a.C. (Josefo no da la fecha de su construcción), es su relación con la iglesia del Santo Sepulcro. Si, en efecto, la iglesia señala el auténtico sitio de la crucifixión y el entierro de Cristo, debe haberse encontrado fuera de los muros de la ciudad; pero durante muchos años se dudó de si el lugar se encontraba dentro o fuera de la línea del segundo muro (todavía no existía el tercer muro). Actualmente se ha establecido que esta zona está al Norte de la muralla, y por lo tanto, el lugar puede ser auténtico.

La ciudad quedó en ruinas entre 70 d.C. y la revuelta de Barcoquebá, 60 años después. El emperador Adriano reconstruyó posteriormente la ciudad y la denominó Aelia Capitolina; esta ciudad fue mucho más pequeña que la anterior, con la permanente retracción del muro meridional. Durante la era cristiana el tamaño de Jerusalén se ha mantenido constante. El área amurallada actual ("la ciudad vieja") adquirió su forma definitiva bajo Sulcimán el Magnífico en el siglo XVI.


V. Significación teológica

Por metonimia natural los nombres "Sión" y "Jerusalén" frecuentemente se aplican al conjunto de ciudadanos (incluso cuando estaban en el exilio), a toda Judá, a todo Israel, o a todo el pueblo de Dios.

Jerusalén representa un papel teológico importante en ambos testamentos; en este sentido tampoco es fácilmente distinguible del país en su totalidad. Dos temas predominan: Jerusalén es, al mismo tiempo, el lugar de la infidelidad y desobediencia de los judíos, y también el lugar de la elección, la presencia, la protección, y la gloria de Dios. La evolución de la historia ha demostrado la validez del primero de ellos, que inevitablemente provocó la ira divina y su correspondiente castigo; las glorias de la ciudad sólo pueden encontrarse en el futuro. (Véase especialmente Is. 1.21; 29.1–4; Mt. 23.37s; y Sal. 78.68s; Is. 37.35; 54.11–17). El contraste entre lo real y lo ideal naturalmente dio lugar al concepto de una Jerusalén celestial (Ga. 4.25s; He. 12.22; Ap. 21).