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Éfeso

La ciudad más importante de la provincia romana de Asia, en la costa occidental de lo que es ahora la Turquía asiática.

Estaba situada en la desembocadura del río Caistro, entre la cadena montañosa de Coreso y el mar. Una magnífica calle de 11 m de ancho, flanqueada por columnas, atravesaba la ciudad hasta el excelente puerto, que servía tanto como gran centro de exportación en el extremo de la ruta de caravanas, como también de punto natural de desembarco de naves procedentes de Roma.

La ciudad, ahora deshabitada, se viene excavando desde hace muchos años, y probablemente sea el sitio arqueológico más extenso e imponente del Asia Menor. El mar se encuentra ahora a unos 10 km de distancia, debido a la sedimentación que se viene produciendo desde hace siglos. El puerto tuvo que sufrir amplias operaciones de limpieza en diversas épocas a partir del ss. II a.C.; ¿será por eso, tal vez, que Pablo tuvo que detenerse en Mileto (Hch. 20.15–16)? La parte principal de la ciudad, con su teatro, baños, biblioteca, ágora, y calles pavimentadas, estaba ubicada entre el Coreso y el Caistro, pero el templo que le dio fama se encontraba a más de 2 km hacia el NE. Este sitio era sagrado para la adoración de la diosa anatolia de la fertilidad, posteriormente identificada como la Artemisa de Grecia y la Diana latina. Justiniano construyó una iglesia a San Juan en la colina próxima (por ello el nombre posterior Ayasoluk, que es corrupción de hagios theologos), la que posteriormente fue remplazada por una mezquita selyúcida. El asentamiento vecino se llama ahora Selcuk.

El asentamiento anatolio original fue aumentado, antes del ss. X a.C., por colonos jónicos, y se erigió una ciudad compartida. La diosa de Éfeso adoptó un nombre griego, pero evidentemente retuvo sus anteriores características, porque repetidas veces se la representó, en períodos posteriores, coma una figura con muchos senos. Éfeso fue conquistada por Creso poco después de su ascenso en ca. 560 a.C., y debió parte de sus glorias artísticas a la munificencia de dicho gobernante.

Después de su caída en 546 Éfeso pasó al dominio persa. Creso modificó el sitio de la ciudad antigua para centrarla en el templo de Artemisa: Lisímaco, uno de los sucesores de Alejandro, la reubicó por la fuerza alrededor del puerto a comienzos del ss. III a.C. Posteriormente Éfeso formó parte del reino de Pérgamo, que Atalo III legó a Roma en el 133 a.C. Se convirtió en la ciudad comercial más grande de la provincia romana de Asia. Entonces ocupaba una vasta superficie y su población puede haber llegado al tercio de millón. Se calcula que el gran teatro construido en el monte Pión en el centro de la ciudad tenía capacidad para unas 25.000 personas.

Éfeso retuvo también su importancia religiosa durante la dominación romana. Se convirtió en centro del culto imperial y llegó a poseer tres templos oficiales, mereciendo triplemente por lo tanto el arrogante título de neoµkoros (‘guardiana del templo’) de los emperadores, además de ser neoµkoros de Artemisa (Hch. 19.35). Es notable que Pablo tuviese amigos entre los asiarcas (Asiarjai, Hch. 19.31; Autoridades de Asia), que eran oficiales de la “comuna” de Asia, cuya función primaria era justamente la de promover el culto imperial.

El templo de Artemisa fue reedificado después de un gran incendio en 356 a.C., y constituía una de las siete maravillas del mundo hasta que fue destruido por los godos en el 263 d.C. Tras años de paciente búsqueda J. T. Wood en 1870 desenterró sus ruinas en el pantano al pie del mte. Ayasoluk. Había sido el edificio más grande del mundo griego. Tenía una imagen de la diosa que, según se afirmaba, había caído del cielo (Hch. 19.35). En realidad es posible que originalmente haya sido un meteorito. Monedas de plata de muchos lugares evidencian la validez de la afirmación de que la diosa de Éfeso era reverenciada en todo el mundo (Hch. 19.27). Llevan la inscripción Diana efesia (Hch. 19.34).

Hubo una gran colonia de judíos en Éfeso, que había disfrutado durante mucho tiempo de una posición privilegiada bajo el imperio romano. La primera referencia a la llegada del cristianismo es del 52 d.C., cuando Pablo hizo una breve visita y dejó a Aquila y a Priscila allí (Hch. 18.18–21). El tercer viaje misionero de Pablo tuvo Éfeso como su meta, y se quedó allí más de dos años (Hch. 19.8, 10), atraído, indudablemente, por su importancia estratégica como centro comercial, religioso, y político. Su actividad tuvo como base primero la sinagoga; luego disputó en la sala de conferencias de Tiranno, tomando Éfeso como base para la evangelización de toda la provincia de Asia. La propagación del cristianismo, que rechazaba el sincretismo, comenzó a provocar la hostilidad de los intereses creados de los religiosos.

Afectaba no sólo los cultos mágicos que florecían allí (Hch. 19.13ss; un tipo de fórmula mágica se llamaba justamente Efesia grammata) sino también el culto de Artemisa (Hch. 19.27), ocasionando daño al comercio de los objetos cúlticos, actividad que constituía una de las fuentes de prosperidad de la ciudad. Sobrevino el celebrado alboroto descripto en Hch. 19. Hay inscripciones que muestran que el grammateus (“secretario del ayuntamiento”) que logró controlar la asamblea en esta ocasión era el oficial cívico principal, directamente responsable ante los romanos por perturbaciones del orden público tales como las asambleas ilícitas (Hch. 19.40). Se ha sugerido que su afirmación de que “procónsules hay” (19.38), de no ser un plural generalizador, puede servir para fijar la fecha con cierta precisión. Cuando ascendió Nerón en el 54 d.C., M. Junio Silvano, procónsul de Asia, fue envenenado por sus subordinados Helio y Celer, quienes actuaron como procónsules hasta la llegada de un sucesor legítimo.

Evidentemente el cristianismo se extendió a Colosas y las otras ciudades del valle del Lico en la época de la permanencia de Pablo en Éfeso (cf. Col. 1.6–7; 2.1). Fue el centro de las actividades de Pablo durante la mayor parte del tiempo que duró la controversia y la correspondencia con los corintios (1 Co. 16.8), y la experiencia descripta por él como que “batallé en Éfeso contra fieras” ocurrió allí (1 Co. 15.32). Esto parecería ser una alusión metafórica a algo ya conocido por los corintios, quizá un ataque por una multitud. (No había anfiteatro en la ciudad, aun cuando el estadio fue adaptado más tarde para posibilitar la lucha con bestias.) Se ha sostenido que Pablo fue encarcelado dos o tres veces en Éfeso, y que todas las epístolas del cautiverio fueron escritas desde allí, y no desde Roma. Han ubicado en Éfeso la reunión del corpus epistolario paulino. Hay dificultades para la aceptación de la hipótesis de un encarcelamiento en Éfeso que encuadre en el caso, y si bien han vuelto a dar vigencia recientemente a la idea de que todas o algunas de las epístolas del cautiverio fueron escritas en Cesarea, sigue siendo preferible ubicarlas en Roma.

Después de la partida de Pablo, Timoteo quedó en Éfeso (1 Ti. 1.3). Las epístolas pastorales ofrecen un panorama del período de consolidación allí. Muchos han pensado que Ro. 16 estaba dirigida originalmente a Éfeso.

Esta ciudad fue posteriormente el centro de operaciones de Juan, que tenía jurisdicción sobre las siete iglesias principales de Asia mencionadas en Apocalipsis. La iglesia de Éfeso es la primera de las siete que se menciona (Ap. 2.1–7), como la iglesia más importante en la capital de facto, y como lugar más adecuado para la llegada de un mensajero de Patmos, como también por encontrarse al comienzo de un camino circular que unía las siete ciudades en orden. Se trata de una iglesia floreciente, pero que está siendo perturbada por maestros falsos, y ha perdido su “primer amor”. Los falsos apóstoles (2.2) son con toda probabilidad como los nicolaítas, que parecieran haber apoyado la idea de una componenda con el poder del paganismo para el cristiano sometido a presiones. Los efesios se mantuvieron firmes, pero eran deficientes en amor. Se caracteriza a Éfeso como la “ciudad del cambio”. Sus problemas eran los problemas de una iglesia exitosa haciendo frente a circunstancias cambiantes; la ciudad misma había conocido una larga historia de ubicaciones cambiantes. La promesa de comer del árbol de la vida aparece aquí probablemente contra el fondo de la datilera sagrada de Artemisa, que aparece en monedas efesias.

Según Ireneo y Eusebio, Éfeso fue adoptada por Juan el apóstol como residencia permanente. Una generacion después de su época Ignacio escribió sobre la invariable fama y fidelidad de la iglesia de Éfeso (Efesios 8–9). El tercer concilio general tuvo lugar allí en el 431 d.C. para condenar la cristología nestoriana, y se reunió en la iglesia doble de Sta. María, cuyas ruinas pueden verse hasta hoy. La ciudad declinó, y la progresiva sedimentación de su golfo terminó por separarla completamente del mar.